viernes, 1 de octubre de 2010

Los errores del Narco y las fuerzas armadas.

Por Mario Andrés Aquino López
Hace muchos años, en las zonas donde el narcotráfico dominaba el paso de la droga, ocurrían cosas muy distintas a las que suceden hoy, el territorio servía simplemente de paso para los estupefacientes prohibidos y el pueblo no era molestado salvo los casos en que se encontrara con un fuego cruzado durante una batalla entre bandas por el dominio de un territorio.
Los presidentes municipales no eran molestados, incluso les daban ayuda en algunos casos, no intervenían en las campañas más que para apoyar económicamente, a veces, a ambos contendientes.
Los policías municipales, estatales y federales, y los agentes de tránsito, eran tratados con respeto y les daban remuneración económica por no ver ni oír cosas relacionadas con el tráfico de drogas.
Los periodistas eran tratados bien, les pagaban no exactamente por su silencio sino por darle un “manejo” a las notas y jamás decir nombres, los narcos nunca imponían líneas editoriales ni les dictaban tendencias en su forma o contenido de las noticias salvo las cuestiones mencionadas.
Dejaban que con criterio propio, el periodista manejara sus periódicos y revistas a cambio de que no se les mencionara o hablaran de un evento criminal, de forma que los perjudicara.
Por años el sistema funcionó, la corrupción galopante de todas las autoridades permitió que el statu quo se mantuviese.
Pero los proveedores extranjeros dejaron de pagar con dinero y les empezaron a pagar “en especie”, es decir, con drogas que se vieron obligados a vender en los territorios que antes sólo eran de paso, creando generaciones de adictos.
Ese fue el primer error porque a ningún padre le gusta que a sus hijos les vendan drogas y los involucren en esos negocios que antes eran negocios familiares de unos cuantos.
Con esta nueva modalidad de pago, se extendió el uso de las drogas y su tráfico a gente que nunca pensó en ingresar a ese campo.
Esto fue posible, entre otras cosas, por la falta de oportunidades de empleo, por la pobreza y la falta de educación.
Al dinero del soborno lo suplió la voz de las armas y el terror, y a los periodistas en vez de pagarles les daban “levantones” para que se callaran, intentaron algo de lo que nada sabían: dictar la línea editorial de televisoras, radiodifusoras, periódicos y revistas.
Es evidente que al cambiar el dinero por el terror, los habitantes de las ciudades afectadas por ese mal cambiaron su percepción de los narcotraficantes, y en vez de hacerlos santos como a Malverde o señores de mucho respeto, empezaron a entender que el narcotráfico no era simplemente un negocio, era una gran industria que implicaba muerte.
Los secuestros de gente de negocios, las cuotas a negocios establecidos, incluso a pequeños negocios, se hicieron frecuentes lastimando otra de las cosas más sensible del pueblo: su seguridad.
Antes, el pueblo pensaba que a falta de una buena policía los narcos mantenían cierto orden, luego de que desataron el baño de sangre y violencia entendieron que no eran más que delincuentes que buscaban por cualquier medio y a cualquier precio, ganancias económicas.
Cuando sale el ejército a las calles, la mayoría pensó que todo mejoraría, pero al contrario, empeoró, los miembros de las fuerzas armadas salieron con garantía de impunidad y la usaron, bastaba con que alguien señalara una casa para que la asaltaran y la saquearan.
¿Qué estaba pasando? Los que se suponía que nos iban a cuidar estaban haciendo exactamente lo mismo que los narcos, con el agravante que podían dar los “levantones” disfrazados de una dudosa legalidad y secuestrar bajo la figura del “arraigo” que podía ir desde tres hasta ciento ochenta días, mientras “investigaban”.
Los soldados paseaban apuntando a las banquetas y sembrando el temor, hoy es justo decirlo, ya no lo hacen; ahora llevan sus armas sobre las piernas y la torreta lleva la ametralladora elevada y al frente, pero mientras ocurría que apuntaban a todos, la población dejó de sentir seguridad.
Tanta fue la arbitrariedad, los abusos, violaciones y homicidios de los miembros del ejército, que tuvo que salir la marina, porque además, ya se veía que el ejército ofrecía protección a ciertos grupos delictivos.
Estas actitudes de la autoridad incentivó a las bandas de narcos, a ser cada día más violentas, a usar granadas y a atacar gente que nada tenía que ver, incluso se dividieron por diferencias de opinión en cuanto a la estrategia, de modo que el pueblo se vio entre dos fuegos, en medio de una guerra donde ambos bandos lastimaban y mataban inocentes.
Todo ello llevó a que la gente dejara de sentir la reverencia que antes sentía por el ejército y la armada, sustituyo dicho sentimiento por temor; llevó a que dejara de sentir seguridad en su trato con narcos respetuosos de sus vecinos y a verlos como los criminales que son.
¿Qué quieren? Preguntó un periódico del norte de la república y me pareció ociosa la pregunta, quieren silencio y dictar la línea editorial del periódico, y eso, no es posible, siempre habrá alguien que hable y escriba, y la verdad es que los dos bandos han olvidado que no pueden matar y callar a todos.
No sería difícil que como en los tiempos de los Flores Magón, empiecen a circular panfletos y publicaciones anónimas donde se diga la verdad que no se puede decir firmando la nota o el comentario.
Otro error de los narcos fue convertirse de perseguidos en atacantes, la gente respeta a quien se defiende pero detesta a quien ataca por desesperación.
Si nos fijamos bien, los errores de los narcos empezaron con su división, con su intromisión en la vida civil y con la venta de producto en dónde sólo debería pasar la droga, porque la lucha contra el consumo de droga debe darse donde se consume el producto no donde se cultiva o pasa.
Un producto sin mercado deja de venderse y comercializarse.
El error más grande de los narcos es haber sembrado el terror entre la población, cuando debieron dirigir sus esfuerzos a combatir a su enemigo natural que son las fuerzas del orden, y a la inversa éstas tampoco deben lastimar a la población que se supone protegen, al contrario, su obligación legal es luchar contra el crimen porque es algo que lastima y daña a la sociedad.
La táctica equivocada de los narcos es explicable debido a su falta de entrenamiento y de estrategia militar y política, pero es imperdonable para profesionales de las armas como son los miembros de las fuerzas armadas.
La violencia, repito por enésima vez, únicamente crea más violencia y no soluciona los problemas sino que los magnifica.
Investigar antes de detener, reunir evidencias y pruebas antes de capturar, respetar estrictamente el marco de la ley, considerar que aunque alguien sea voz populi culpable, el viejo adagio jurídico dice que: Nadie es culpable hasta que se le prueba, o dicho de otro modo, “todos son inocentes hasta que se les prueba lo contrario” y quien debe respetar estrictamente la ley es precisamente la autoridad legalmente constituida.
Confío en que alguien con inteligencia suficiente llegue al poder y detenga este baño de sangre y ponga a trabajar a detectives (que “detecten” a las personas que delinquen y a los hechos delictivos), a investigadores que no se basen en soplones sino en evidencias, en jueces que pongan por encima de su pasión y su interés político, el interés jurídico de la nación a la que se deben.
Todo ello es necesario para lograr la paz y la tranquilidad de los Mexicanos, pero por difícil que parezca, no es imposible, México ha demostrado que se ha levantado de golpes que hubieran destruido a otros países, y que sigue aquí, con la riqueza más grande que tiene, su pueblo, que al fin: ¡Triunfará!